Foto de E. Moreno Esquibel

¡Valió la pena esperar! Desde el País Vasco llegó a Madrid un teatro relámpago y metafórico que cautivó al espectador desde las primeras palabras pronunciadas por don Pío Baroja, interpretado por Ramón Barea.

La trilogía La lucha por la vida (1904) de Pío Baroja, compuesta por las novelas La busca, Mala hierba y Aurora roja, cuenta la adolescencia y juventud de un provinciano, Manuel Alcázar, tras su llegada a Madrid. El joven comienza su peregrinación por los barrios pobres desde la casa de huéspedes donde trabaja su madre, pero pronto queda huérfano y se ve obligado a vivir por su cuenta. Prueba los oficios de zapatero, panadero, trapero y cajista. Incluso trabaja como aplaudidor y se hace pasar por el hijo de una baronesa. Cuando se agotan las oportunidades y la pobreza se vuelve insoportable, empieza a moverse en un ambiente de los golfos. Aunque finalmente logra estabilizar su vida, sería difícil hablar de un final feliz.

El autor de la versión teatral es José Ramón Fernández, quien, además de su excelente obra original, es famoso por realizar las más exigentes volteretas de adaptación (¡y siempre toca tierra sano y salvo!). Este fue el caso de El laberinto mágico, un trabajo enorme, de año y medio, que consistió en la adaptación teatral de la serie de seis novelas de Max Aub, y fue galardonado con el Premio Max 2017.

Mi manera de trabajar es un poco bárbara —explicaba Fernández durante la rueda de prensa de „La lucha por la vida”—, porque lo que intento es en principio hacer una adaptación grandísima que va a durar diez horas, transformar en escena de teatro la mayor cantidad posible, pensando que luego vamos a poder ir achicando y encontrando aquello que el escenario pide. Al final, durante los ensayos el escenario te dice: esta escena no te vale por mucho que te guste.

20 de marzo de 2024, Teatro Español de Madrid
El elenco de „La lucha por la vida” junto a José Ramón Fernández. Foto de Kamila Łapicka

El estreno de Lucha por la vida se celebró en febrero de 2023 en el País Vasco. Es una comunidad autónoma situada en el norte de España con una fuerte identidad cultural y una lengua propia, llamada euskera. Allí nació Pío Baroja, el escritor guipuzcoano. La versión teatral de su trilogía llegó a la capital porque es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao y del Teatro Español de Madrid, e iba a permanecer en el cartel durante tres semanas (21 de marzo – 14 de abril de 2024).

Teatro Español de Madrid. Foto de Kamila Łapicka

Al principio utilicé el término „teatro relámpago”, así que es hora de explicarlo. El ritmo de la actuación es muy dinámico, las escenas se suceden con la velocidad de un relámpago (¡hay sesenta en total!), por lo que muchos actores tienen diez o más papeles. El director, Ramón Barea, que interpreta el personaje del autor, sumado al reparto como narrador de novelas, creyó en la inteligencia del público y en el teatro de la imaginación. Sucede que en España no ha muerto ni el teatro, ni el autor, ni el espectador pensante.

La línea estética de La lucha por la vida es muy peculiar por la actuación y el montaje de las escenas. La acción frenética permite a los actores resaltar sólo las características más importantes de sus personajes, como un rasgo de la personalidad, un gesto, una forma de caminar o un tono de voz. Si podemos hablar aquí de psicología, es de la psicología de un fragmento de la vida, cuyo principio y fin desconocemos. Cada una de las más de cien figuras es muy expresiva, pero no exagerada. No se trata de una caricatura injusta, ni de una burla. El hecho de que el personaje del autor entre en el escenario de vez en cuando, evocando sus propias palabras o comentando los sucesos, mantiene al espectador alerta y no le permite olvidar que está en el teatro.

Foto de E. Moreno Esquibel

Se trata, en definitiva, de un divertimiento activo, cercano a las pautas de Bertold Brecht, apreciado por Ramón Barea desde el inicio de su carrera teatral. Cabe añadir que Barea es uno de los pioneros del teatro independiente en el País Vasco. En 1968 fundó el grupo Cómicos de la Legua y actualmente trabaja en el Pabellón N° 6, donde se presentan todas las variedades del arte escénico. El Pabellón, ubicado en un antiguo nave industrial en Bilbao, cuenta con su propia Compañía Joven de la que proceden algunos de los miembros del elenco de Lucha por la vida.

Ramóna Barea en el papel de don Pío Baroja. Foto de E. Moreno Esquibel

Según las reglas de la crítica teatral, sería apropiado destacar algunos actores y sus papeles. No es fácil, porque el espectáculo de Ramón Barea es una verdadera creación colectiva. Y verdaderamente es una creación exitosa. Sin embargo, me gustaría dedicar algunas líneas a la actriz que me llamó especialmente la atención y recuerdo muy bien todas sus entradas. Me refiero a Leire Ormazabal, a quien le tocó el difícil papel masculino del delincuente llamado El Bizco, interpretado con bravuconería, con mucha energía, con su propia forma gangsteril de caminar, hablar y sembrar miedo. El hecho de que estemos hablando de una mujer joven y hermosa, de diminuta estatura, no carece de importancia. Su otra interpretación destacada fue la de la hija de la baronesa, Kate, caprichosa, muñequita e hilarante en su inmadurez. Ormazabal no temía las expresiones faciales fuertes, los gestos amplios, la voz fea y la languidez de Ivonne, Princesa de Borgoña, que paradójicamente resultó ser muy atractiva. Creo que tiene un gran futuro en el teatro.

Manuel (Arnatz Puertas) junto a la Baronesa (Ione Irazabal) y su hija Kate (Leire Ormazabal). Foto de E. Moreno Esquibel

En el mundo de Baroja los sonidos juegan un papel notable. Sus novelas son unos excelentes documentos sobre cómo se oía la música a fines del siglo XIX. El músico y actor Adrián García de los Ojos se inspira en el texto de La lucha por la vida para recrear en el escenario canciones populares, cuplés y zarzuelas, habaneras y pasodobles. Así como en la capa dramática se mezclan diferentes tonos (melodrama, vodevil, esperpento), en la capa musical se entrelazan diferentes estilos. También se muestra ante nuestros ojos una novedad de aquella época: el fonógrafo.

El elemento principal de la escenografía es un muro gris sucio con huecos de varios tamaños, que se puede transformar en cualquier espacio. A algunos espectadores les puede recordar el muro de ladrillo rojo que rodea hoy el centro cultural Matadero. Lo que más me fascinó fueron las sombras proyectadas en este muro en varios momentos de la representación. Las escenas sacadas del cine mudo, las parejas de baile, la gente pasando sigilosamente, como en la vida real. El espacio escénico fue diseñado por José Ibarrola e Ibon Aguirre creó el contenido audiovisual.

Fot. E. Moreno Esquibel

Si alguien tiene curiosidad por saber cuál es la moraleja de esta historia, no la hay. Ante nuestros ojos aparecen las luchas cotidianas de un grupo de gente común y corriente que fracasa en muchas cosas, aunque lo intente. La visión pesimista del mundo va acompañada de un sentido del humor y un profundo humanismo.

Baroja inventa personajes que tienen vida y que nos son cercanos. Aunque en su mayoría se sienten solos e incomprendidos, y el mundo les parece indescifrable, se conceden la libertad de pensar y manifiestan sus opiniones con envidiable rotundidad, como decía Soledad Puértolas durante la celebración del acto con motivo del 150.º aniversario del nacimiento de Pío Baroja.

La lucha constante, día tras día, resulta ser un gran material teatral, así como resultó ser un fantástico material novelesco. El estilo barojiano consiste en decir precisamente lo que se debe decir y en hacerlo con exactitud y claridad. Es expresivo y natural. Así suena sobre las tablas madrileñas en el año 2024. Gracias, don Pío.