El elenco de "La colección " junto al autor y director Juan Mayorga. Foto de © Javier Naval

El 14 de marzo de 2024, los amantes del teatro madrileño escucharon por primera vez la historia de Héctor y Berna Pereira, una pareja de coleccionistas que desean que su colección sea heredada por… un desconocido, y empiezan a examinar a los candidatos.

La idea de La colección nació en la cabeza de Juan Mayorga después de leer una entrevista con un matrimonio de ancianos propietarios de una colección, cuyo destino despertaba la curiosidad de la gente, porque los coleccionistas no tenían herederos naturales. El texto fue concluido al inicio de la pandemia, en 2020, pero estaba esperando su estreno por los compromisos profesionales de José Sacristán. „Mandé la obra a José Sacristán como quien envía una carta a los Reyes Magos”, recuerda el dramaturgo y director. A Mayorga, la noticia del consentimiento de un actor legendiario le había hecho feliz. Eso no quiere decir que los ensayos no estuvieran llenos de fascinantes conversaciones sobre si un coleccionista puede ser considerado un artista. Mayorga como director no impone su punto de vista, aunque sabe muy bien defenderlo. Sin embargo, aprecia que los actores vean cosas que enriquecen a los personajes.

José Sacristán (Héctor) junto a Ana Marzoa (Berna). Foto de © Javier Naval

Subirse al escenario junto a José Sacristán no es fácil, porque su voz profunda y su versatilidad interpretativa son inmensos. El papel de Héctor es como un edificio de Gaudí: cada detalle tiene su propia importancia y juntos crean una imagen tan bella como sorprendente. Sin embargo, Ana Marzoa está excelente como Berna, una mujer vital que combina fortaleza con autoironía y un entusiasmo juvenil que algunas personas conservan a lo largo de su vida y que se manifiesta en su forma de caminar, sentarse, reír etc. Zaira Montes que encarna a Susana, la potencial heredera, dota a su personaje de una confianza en sí misma que raya en la indiferencia. Puede ser una madre cariñosa y al mismo tiempo desafiar a las personas que están en una posición más fuerte que ella. Por su parte, Ignacio Jiménez, desempeñando el papel de Carlos, el hombre de confianza de los Pereira, demuestra el carácter de un joven sólido y reconciliado con su estatus, que con el tiempo se convierte en un hombre mordaz y ambicioso.

Zaira Montes (Susana) junto a Ignacio Jiménez (Carlos). Foto de © Javier Naval

Héctor le recuerda a Susana que un legado no es un regalo. También implica una serie de responsabilidades. Y sacrificios. Construir la colección ha impedido que la familia Pereira crezca y los cónyuges se preguntan a menudo qué habría pasado si hubieran tenido un hijo antes de hacer la primera compra. A la pregunta de Héctor: „¿Puedes explicarme por qué no hemos tenido un hijo?”, Berna responde: „No hemos tenido un hijo para no darle una herencia que, probablemente, no merecería”. Se puede notar el sabor de las conversaciones entre Martha y George de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, una mezcla similar de ternura y crueldad, aunque en el caso de Mayorga gana la ternura.

Zaira Montes (Susana) y José Sacristán (Héctor) Foto de © Javier Naval

La colección es una obra madura y bien construida que plantea un asunto de la herencia. Se trata de la manera en la que vamos a trasladar lo que hemos acumulado durante nuestra vida, sean objetos, recuerdos o expectaciones. En la obra de Juan Mayorga el lugar donde se encuentra la colección puede llamarse „la caverna”, porque allí están las sombras de las cosas, o „el ring”, porque es donde Héctor y Berna se enfrentan antes de comprar cada cosa. La conexión con el concepto del agón griego es cosa notoria: la lucha demuestra compromiso y la competencia marca el camino hacia la perfección.

Tal vez la colección en sí sea sólo una leyenda. Unos pocos elegidos la han visto, no está disponible para los turistas. También Susana no está segura de poder ver la colección hasta que desciende entre el público y resulta que todos nosotros, dentro y fuera del teatro, somos parte de una gran colección y dependemos los unos de los otros, del mismo modo que las obras de arte expuestas en los museos se reflejan unas en otras.

Juan Mayorga aprovechó el espacio peculiar del Teatro de la Abadía, que se transformó de la iglesia en el salón de actos, conservando sus vidrieras multicolores, su cúpula y la dignidad difícil de expresar con palabras, presente en los espacios de culto. Dado que el escenario negro está cubierto únicamente por las cajas de distintos tamaños (concepto de Alessio Meloni), la iluminación juega un papel importante. Es mágica y hermosa. Cuando el público entra, todas las ventanas con vidrieras están abiertas. A lo largo del espectáculo unos aparatos colocados muy por encima de las cabezas de los actores, a la altura de veinticuatro metros, producen luz de varios colores: azul, rojo, amarillo, blanco. De esta forma el poeta de la luz, Juan Gómez-Cornejo, creó una imitación del ojo del Panteón romano. Su trabajo fabulso colabora a contar la historia escrita por Juan Mayorga, un dramaturgo-filósofo, que provoca el pensamiento sobre los variantes del pasado, pero también sobre las esperanzas de futuro. 

Zaira Montes (Susana). Foto de © Javier Naval

De mí sé decir que salí de la Abadía muy contenta y llena de fe en un teatro que quiere contar historias. Donde los actores interactúan emocionalmente entre sí e incluso cuando miran directamente al público, sus palabras y miradas provienen del espíritu del drama, no de la vida privada. No tengo nada en contra de otros tipos de teatro, pero me alegro de que Juan Mayorga, cuya obra conozco desde 2016, cuando se estrenó El cartógrafo, el drama ambientado en mi Varsovia natal, sea el autor del teatro de las palabras y la imaginación.